Culto y Apostolado
EL CULTO Y APOSTOLADO EN NUESTRAS REGLAS
El fin propio y principal de la Hermandad y Cofradía, es la de dar culto público y asiduo a Dios Nuestro Señor y a su Santísima Madre la Virgen María, conmemorando especialmente los Sagrados Misterios de la Redención por la Pasión y Muerte del Salvador en la Santa Cruz, reverenciándolo en su dulce advocación de Santo Cristo de la Misericordia y honrando en particular, la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, así como al Dulce Nombre de Jesús y a San Juan Evangelista.
La Hermandad y Cofradía, como parte integrante que es de la Iglesia Católica, haciendo suya la definición de Su Santidad el Papa Juan Pablo II en su Encíclica “Dives in Misericordia”, tienen como fin específico dar testimonio de la Misericordia de Dios revelada en Cristo, profesada esencialmente como verdad salvífica de fe necesaria para una vida coherente con la misma fe, tratando después de introducirla y encarnarla en la vida, bien sea entre sus hermanos, bien sea – en cuanto sea posible – en la de todos los hombres de buena voluntad. (Reglas 5ª y 8ª)
Dives in Misericordia
« Dios rico en misericordia » es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su Hijo, en sí mismo, nos lo ha manifestado y nos lo ha hecho conocer. A este respecto, es digno de recordar aquel momento en que Felipe, uno de los doce apóstoles, dirigiéndose a Cristo, le dijo: « Señor, muéstranos al Padre y nos basta »; Jesús le respondió: « ¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre ».
Así empieza la Encíclica que el Papa Juan Pablo II escribió allá por el año 1980 (la segunda Encíclica de su Pontificado), y cuyo título latino “Dives in Misericordia”, “Dios, Rico en Misericordia” aparece en el escudo de nuestra Hermandad.
En el párrafo quedan claramente reflejadas dos realidades: la Naturaleza Divina de Cristo (« El que me ha visto a mí ha visto al Padre »); y la forma de esta Naturaleza: la Misericordia, entendida como la compasión ante las miserias de los demás. Dios es el Padre que siente compasión del Hombre, de las miserias de éste, sabiendo bien cuál es la principal: el Pecado. Esta Misericordia quedó reflejada en numerosos puntos del Evangelio: en la Parábola del Hijo Pródigo, en la del Buen Samaritano, en el pasaje de la adúltera perdonada, en la multiplicación de los panes y los peces (y en prácticamente todos sus milagros), en numerosas expresiones como « Hijo de David, ten misericordia de mí », « Sed misericordiosos como vuestro Padre Celestial es misericordioso », en el Canto de la Virgen “Magnificat” («acordándose de la Misericordia, como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia por siempre»)… Todo el Evangelio en sí es Misericordia: Dios envió a su Hijo al mundo para la Redención del Hombre.
El Evangelio de Lucas, aparte de ser conocido como el “Evangelio de la Virgen” (debido al contacto que este médico convertido por San Pablo tuvo con la Virgen María y la forma en la que plasmó dicho contacto en su Evangelio, el único que habla de la infancia de Jesús), es también conocido como el “Evangelio de la Misericordia”. En dicho Evangelio se pueden encontrar numerosas alusiones a ésta.
Uno de los más hermosos cánticos a la Misericordia de Dios es el Salmo 103 (Salmo de Alabanza, de David). Dice así:
Bendice al Señor, alma mía,
que todo mi ser bendiga su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas
y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro,
te corona de amor y de ternura;
Él colma tu vida de bienes,
y te rejuvenece como a un águila.
El Señor hace obras de justicia
y defiende a todos los oprimidos;
Él mostró sus caminos a Moisés
y sus proezas al pueblo de Israel.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
no acusa de manera inapelable
ni guarda rencor eternamente;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados.
Como un padre cariñoso con sus hijos,
así es cariñoso el Señor con sus fieles;
Él conoce de qué estamos hechos,
sabe muy bien que no somos más que polvo.
Los días del hombre son como la hierba:
florecen como las flores del campo;
las roza el viento, y ya no existen más,
ni el sitio donde estaban las verá otra vez.
Pero el amor del Señor permanece para siempre,
y su justicia llega hasta los hijos y los nietos
de los que lo temen y observan su alianza,
de los que recuerdan sus preceptos y los cumplen.
El Señor puso su trono en el cielo,
y su realeza gobierna el universo.
¡Bendigan al Señor, todos sus ángeles,
los fuertes guerreros que cumplen sus órdenes
apenas oyen la voz de su palabra!
¡Bendigan al Señor, todos sus ejércitos,
sus servidores, los que cumplen su voluntad!
¡Bendíganlo todas sus obras,
en todos los lugares donde ejerce su dominio!
¡Bendice al Señor, alma mía!